Al principio, un mar agitado nos separaba, Olas de incomprensión, un abismo sin par. Palabras hirientes, como flechas que atravesaban, Un corazón herido, una cicatriz sin cuar.
Pero el tiempo, paciente y sabio, como un río, Fue suavizando las rocas, limando las asperezas. Y en la calma de la noche, bajo el cielo estrellado, Encontramos un puente, un lazo de certezas.
De la semilla de la duda, un árbol floreció, Con raíces profundas, entrelazadas y fuertes. Tu amor, madre, un sol que me dio calor, Disipando las sombras, sanando las heridas abiertas.
En cada amanecer, un nuevo comienzo, En cada atardecer, un abrazo sincero. Tu sonrisa, mi faro, mi guía, mi amigo, En este viaje juntos, eterno e infinito.
Recuerdo aquel verano en la playa, cuando Construimos castillos de arena, soñando despierto. Tú me enseñaste a levantarme después de cada caída, A enfrentar los miedos, a ser fuerte y completo.
Gracias por cada palabra, cada consejo, Por cada lágrima compartida, cada abrazo sincero. Por enseñarme el valor de la vida, Y por mostrarme el camino hacia un futuro mejor.
Eres mi refugio, mi puerto seguro, Mi confidente, mi cómplice, mi tesoro. En ti encuentro la fuerza para seguir adelante, Y la certeza de que siempre estaré a salvo.
Eres mi madre, mi amiga, mi todo, Y te amaré por siempre, hasta el último segundo. En cada latido de mi corazón, Resuena tu nombre, con infinita emoción.